Junio avanza, la primavera termina, se acerca el tórrido verano… Y la guerra sigue y sigue. Retomando la pregunta que ayer se hacía Ahmed, el médico del hospital del frente… ¿Por qué la OTAN no acaba con Gadafi de una vez?
Por un lado está lo militar, y por el otro está lo político. Según lo que he visto en el frente, no creo que a los soldados rebeldes les costase mucho desbordar las líneas de Gadafi y lanzarse sobre Trípoli. Si el dictador tiene armamento pesado, para eso está la OTAN: con protección aérea los milicianos no tendrían mucha oposición, y serían pocos los soldados del ejército libio que defendiesen a su líder hasta el final. Parece claro que los países de la OTAN estarían interesados en acabar esto lo antes posibles por toda una serie de razones: el coste de la intervención en un momento de crisis, ejércitos que ya están implicados en otras guerras, la creciente dificultad de justificar el bombardeo de objetivos militares que no están a su vez bombardeando civiles (y por tanto excederse en su mandato de proteger civiles), y el riesgo de que el conflicto se paralice y se convierta en una larga sangría en un país que pierde el entusiasmo y el idealismo del momento. Libia podría recordar a Afganistán después de la expulsión del ejército rojo.
Pero a mi entender, lo que la OTAN no quiere es que Libia recuerde no ya a Afganistán sino a Iraq. Sigue sin estar claro cómo las filiaciones tribales afectarían las luchas de poder en una Libia post-Gadafi. Sigue sin saberse qué tipo de arreglo tendrían las diferentes facciones del Consejo Nacional de Transición (varios grupos de influencia en Bengasi más los de Misrata, los de Trípoli eventualmente, los de las ciudades que van siendo liberadas), qué pasaría con el aparato del estado (en Iraq, el proceso de “de-Baathificación” del país fue el mayor de los desastres), hasta qué punto llegarían las venganzas con los que fueron leales al dictador depuesto. Y claro, quién se lleva los lucrativos contratos de extracción de petróleo en la nueva Libia y si los antiguos (firmados con el tirano por varias empresas occidentales, entre ellas Repsol) siguen en vigor.
Hay también algunas particularidades del país que hay que tener en cuenta. Si entre Misrata y Zlitan o Tawarga, que son ciudades vecinas, no se llevan nada bien; si entre los del este (la antigua Cirenaica) y los del oeste (Tripolitania) a veces parecen pertenecer a países diferentes; si la liberación por parte de soldados de otra ciudad puede ser vista como una humillación… ¿Qué entidad tiene, en realidad, la nación libia liberada? Detrás de las banderas, de las canciones patrióticas en la plaza de Sahat Al-Hout cantadas a pleno pulmón por decenas de niños, de las fotografías omnipresentes de los antiguos combatientes coloniales, ¿hay un espíritu nacional ante el que las otras filiaciones vendrían a menos?
Así que no me parece descabellado que sí, que la guerra debe terminar pronto pero no demasiado pronto. El tiempo justo y suficiente para que esté más o menos claro cuál sería la particular hoja de ruta para pilotar una transición hacia un gobierno estable.
Y así surge el concepto de línea roja. Que el ejército rebelde no puede traspasar. Más allá de la cual, la OTAN no garantiza su apoyo. Las líneas que una y otra vez los oficiales de la OTAN niegan que existan y por su lado los rebeldes (soldados y comandantes, incluso a veces en declaraciones oficiales) dicen que sí que existen. De manera que da lo mismo que en Ad Dafiniyah se hagan incursiones todos los días, no importa si se conquistan dos, diez o veinte kilómetros: acabado el ejercicio, retirados los soldados muertos o el material incautado, jugándose la vida por creer en lo que están haciendo, los soldados rebeldes tienen que volver a la casilla cero, a la carretera de donde salieron, al punto de partida.
Y lo demás es juego: ir golpeando a Gadafi (pero no mucho), no dejar que caigan las ciudades rebeldes (pero tampoco liberar otras nuevas, más bien animar levantamientos espontáneos, una clave importantísima de esta guerra), animar a la población con ataques de helicópteros mágicos que luego o no llegan (Misrata) o son mínimos (Brega), y entretanto esperar cómodamente en una situación que en el fondo beneficia a la alianza atlántica, pues les pone en el control de una guerra extraña en un momento en que varios de los países líderes de la ofensiva tienen elecciones dentro de poco.