miércoles, 1 de junio de 2011

Día ocho: mudanza



Días de mucho, vísperas de nada. Hoy me han hecho mudarme porque el consejo transicional de la ciudad dice que son ellos los que tienen que hacerse cargo de los periodistas, y el dueño de nuestra casa no puede alojar gente así, simplemente porque le dé la gana. Nos han llevado a un hotel impresionante con habitaciones alfombradas, duchas de las de verdad, albornoces y una piscina que por el momento está vacía pero que parece que pronto llenarán. Nos darán también de comer y como siempre, todo gratis, cortesía del pueblo libio. Sería un engaño pensar que, con tan sólo una revolución de tres meses, todo en Libia fuese libertad y libre albedrío. En Misrata se ven los primeros intentos de control de los periodistas, algo que parece que en Bengasi está más adelantado: allí ya no es realmente factible hacer fotos en el frente sin una autorización, una especie de credencial. No es aún el caso en Misrata, pero todo se andará. De manera un poco irónica (y muy exagerada), un compañero dice que “todos los libios llevan un pequeño Gadafi dentro”.

Se me hace tarde con tanto cambio, para mover dos mochilas he necesitado todo el día pero salgo a la calle a las seis y media. Paseo por Tripoli Street, donde se libraron los combates más cruentos dentro de la ciudad. La calle está llena de familias y amigos que pasean, comentan, me saludan. Constantemente me para gente, personas corteses y amables que no están acostumbrados a ver extranjeros. Sonríen entre edificios derrumbados o agujereados por los ataques, esquivan montones de chatarra bélica, hierros retorcidos, cristales, hollín. Me muestran sus niños junto a tanques, camiones o coches calcinados por una guerra que yo, recién llegado, no puedo imaginar. Me preguntan de corazón que qué pienso de Misrata, como si fuese un turista frente a un monumento del que se sienten orgullosos, como si no nos rodeasen los escombros y éste fuese un tiempo más benigno.

A la vuelta, veo una zapatería abierta, se vende fruta en una esquina y un puesto ambulante de café está rodeado de clientela. Con la perseverancia de lo natural, Misrata está volviendo a la vida. Hay rumores de que en unos días podría haber servicio de teléfono móvil, el signo inequívoco de que la modernidad vuelve.