La persistencia es la madre de todas las victorias. La constancia y la paciencia se premian. No hay nada inalcanzable para el que se entrega en cuerpo y alma, para el que pone su corazón en una tarea por muy frustrante que a veces ésta parezca.
Todo eso, y más, he pensado durante todo el día. Salí para Ad Dafiniyah con la intención de estar allí hasta que pasase algo: un ataque donde me pudiera incorporar, la carrera a Trípoli, la caída de un meteorito… Lo que fuese. Además, esperar los ataques de la OTAN está siendo como esperar a Godot: han de venir, hoy mismo los helicópteros Apache (legendarios en Misrata, y eso que nunca nadie ha visto uno o en parte por ello) han bombardeado la ciudad de Brega y es inminente (o eso parece) que ataquen Misrata.
Va sin embargo emergiendo la idea de que no sería apropiado que los soldados de Misrata avancen sobre Trípoli. No sentaría bien al orgullo de los de la capital, y es posible incluso que los recelos entre ciudades conduzcan a enfrentamientos entre ellos. Quizá sea ésa la idea de la OTAN: facilitar levantamientos locales que vayan sumando ciudades al lado rebelde, en lugar de una ofensiva conquistadora de este a oeste. Tiene sentido, supongo, incluso en Misrata se pueden observar antiguas inquinas entre los de aquí y los de Zlitan o Tawarga. En cualquier caso, una estrategia así significaría para mí que no iría a Trípoli en volandas de la ofensiva rebelde sino más bien de manera torpe, lenta, saltando de ciudad en ciudad como buenamente pueda.
Y lo que he experimentado todo el día ha sido el aburrimiento de los soldados, el pasar las horas hablando y haciendo bromas cuando por encima de ti pasan los morteros, inalcanzables, que caen dos o trescientos metros lejos de ti pero que sin embargo podrían caerte encima: en el segundo puesto (de los cuatro que forman el frente), dos soldados han muerto al caerles un mortero encima. Sus compañeros lo saben, literalmente odian este tipo de guerra impersonal contra la que no pueden hacer absolutamente nada y se confirma así mi impresión de que las salidas de los rebeldes en busca de enfrentamiento, tan aleatorias, se deben más al aburrimiento y la desesperación, y son una válvula de escape necesaria más allá de las razones –en todo caso genuinas- que iniciaron esta revuelta.
Como ya me conocen, un soldado del puesto cuatro me cuentan que hay un ataque planeado para la una o las dos. Su compañero le calla: no digas nada, podrías estar hablando a un espía de Gadafi. Me recuerda a la rueda de prensa de anoche, en la que el portavoz militar de los rebeldes explicó que “algunos elementos”, disimulados como periodistas, acompañaban a los soldados para enviar así la posición GPS de las fuerzas al ejército del dictador, que de esta manera les podría bombardear a placer. A nadie se le ocurre cómo de estúpido sería dar la que viene a ser tu propia posición para ser bombardeado, pero el sentido común nunca ha sido el fuerte de los militares, y los chavales que están conmigo en el frente cada vez parecen más un grupo de adolescentes crecidos que no tienen muy claro qué es lo que les ha caído encima.
Llega Mohammed, mi amigo, y tranquilamente me dice que desde la sala de control les han ordenado estar preparados, que efectivamente podrían salir al ataque. Pero las horas pasan y no hay ataque ni confirmación de nada, así que comemos arroz con carne de camello, nos fumamos una nargileh, charlamos. Me siento cada vez más integrado: ahora nadie me ofrece cosas, si quiero un té lo cojo yo, si tengo sed yo voy a por agua. En el frente todo el mundo me llama por mi nombre, y tipos que no recuerdo de nada me hablan con total naturalidad del día que nos vimos aquí o allá. A estas alturas casi todo el mundo sabe ya mi nombre, mi país, para quién trabajo, mi equipo de fútbol favorito (esto me lo he inventado, y por supuesto digo ser de los que hace poco han ganado), me voy haciendo invisible para ellos. Es bueno, un fotógrafo siempre desea pasar desapercibido, ser invisible: sin que te vean, ves mejor.
Algunos de los periodistas con los que comparto hotel se van al frente a medianoche, con la esperanza de presenciar en directo los ataques de los helicópteros Apache de la OTAN, en caso de que sea ésta la noche que deciden atacar. Pensando que lo más que podría hacer es oírlos, que hacerles fotos (o incluso verlos) es imposible, me quedo.