Salgo para el frente, chaleco y casco al ristre. Me lleva un tipo que tiene una radio, y sin saber cómo, me veo en medio de la nada hablando con un oficial que me dice que hoy no puedo hacer fotos. Y no puede decirme por qué, es secreto. Y tampoco me puede decir si tiene algo que ver con los ataques que la OTAN debería dejar caer sobre las posiciones de Gadafi en Misrata en cualquier momento, esto también es secreto. Así que retrocedemos pero en cuanto llegamos a la autopista que lleva al frente, me bajo del coche y busco los pick-ups de los soldados. En seguida me recogen y en un momento estoy en el frente… En el que no pasa nada. Por un momento pienso en qué diré si me pillan, igual alguien piensa que soy un espía.
Pero tres horas después estoy completamente aburrido, incongruente cargando con mis diecisiete kilos de protección militar (encima, el casco me aprieta en la frente) y una cámara en cada hombro que sólo me sirven para hacer fotos a los soldados. Puede que sea por la impaciencia o puede que sea por el aburrimiento, pero creo que si alguien me vuelve a preguntar que si soy del Barça o del Madrid, aquí (en el frente mismo) va a haber una desgracia.
Vuelvo a Misrata, paso la tarde buscando alguna foto buena en la ciudad, y según camino veo, por todas partes, una ciudad que vuelve a la vida: hay cuadrillas de niños que barren las calles, y de Tripoli Street han retirado gran parte de la chatarra militar. De hecho, ahora la calle más céntrica de Misrata está abierta al tráfico. Es un poco extraño seguir viendo agujeros inmensos de mortero en los edificios, fachadas de varios pisos acribilladas por las balas, columnas a las que les faltan partes, tiendas aún destrozadas y aún cerradas, y al mismo tiempo los coches con familias circulando por delante.
Pero lo que realmente importa es ver una carnicería donde hace tres días sólo había una persiana metálica. Son ese tipo de transformaciones, que no van a salir en los periódicos y que son menos perceptibles que el impacto de un mortero, las que significan mucho más en la vida de la gente: ante mis ojos, Misrata renace. No he presenciado los terribles combates de los meses pasados, en los que cada casa era una trampa mortal; sin embargo, estoy ahora, mediada la primavera, presenciando la vuelta a la vida de una ciudad sitiada y mártir durante tantas semanas.
Porque lo cierto es dejó de haber combates dentro del casco urbano hace ya un mes. Y durante semanas nada se movió en la ciudad, que permaneció dormida, traumatizada. Ha sido en el espacio de muy pocos días que Misrata se ha ido desperezando, como si la gente hubiese despertado de repente y decidido, de forma colectiva, que ya está bien.
Y pasa la noche y llega otro día, y otra vez voy al frente y otra vez vuelvo sin fotos que merezcan la pena. Por si acaso voy al hospital, porque cuando hay heridos en Ad Dafiniyah, media hora después están en Hikma Hospital. Y me encuentro a médicos y enfermeros mano sobre mano, charlando y tomando té. Y también me encuentro con la contradictoria sensación de que yo tengo más trabajo (y por tanto gano dinero) cuantos más combates haya, cuanta más destrucción y muerte. Y si no pasa nada, como hoy, yo vuelvo al hotel sin buenas fotos.
Por la noche hay una rueda de prensa. Un oficial de enlace de la OTAN y el portavoz de los militares rebeldes se empeñan en contar historias irreales sobre atrocidades que no están pasando (alguien tiene una agenda oculta, la explicación de siempre), ataques que no están sucediendo, contingentes enormes de efectivos enemigos (a los que por supuesto pueden hacer frente sin pestañear), etc. ¡Qué razón tenía Kapuscinsky en su desinterés por lo que los poderosos tenían que decir!. Hora de dormir.