jueves, 2 de junio de 2011

Día nueve: Tawarga… O casi

No está siendo fácil conseguir un chófer que también me traduzca, que tenga contactos y sepa moverse: lo que viene a ser un fixer. Sobre todo, el fixer es la persona en la que tienes que poder confiar, porque él te dirá dónde hay que dar media vuelta, la línea donde ha dejado de ser seguro seguir andando o seguir preguntando. Pero con el paso de los días, me doy cuenta de que me muevo más rápido sin nadie a mi lado. En todas partes me acogen y siempre hay alguien que habla inglés, sin excepciones todo el mundo ha sido cortés y voluntarioso, están realmente convencidos (incluso diría que más que yo mismo) de lo importante que es que el mundo sepa qué pasa en su ciudad. Y en última instancia, un extranjero es ante todo un huésped.

La carretera de Tawarga, donde está situado el frente sudeste, es la gran ruta principal del país, la autopista Trípoli – Bengasi paralela a la costa. A un lado el mar y al otro el desierto, y de vez en cuando olivos, eucaliptus, palmeras y edificios sin terminar. Con el añadido reciente de los vehículos calcinados, de los escombros a la entrada de las gasolineras abandonadas, de los checkpoints con dos bidones de gasoil, una cuerda y tres o cuatro jóvenes arrastrando sus kalashnikov.

No pasamos de Kararim, poco antes de Tawarga: las fuerzas de Gadafi han comenzado a disparar cohetes Grad y esto ya son palabras mayores porque son capaces de alcanzar varios kilómetros a este lado del frente, así que vemos acercarse los coches rebeldes, batiéndose en retirada, abandonando el frente. También ambulancias y dos soldados enemigos capturados y aterrados en la parte de atrás de un pick-up. Los rebeldes han perdido tres hombres y se llevan también siete heridos, y el sonido de las sirenas camino del hospital hace un poco más tangible las historias que muchos cuentan: mi amigo murió, un primo mío, un vecino. Por detrás de los gritos al aire, de los disparos, de las risas y la camaradería compartida, hay sirenas de ambulancia.

Y en medio, la escena incongruente: un enorme camión de ganado se acerca por la carretera, lleno de vacas. Treinta, quizá cuarenta vacas son transportadas hacia la ciudad provenientes de… El frente, porque más allá no hay absolutamente nada más que la planicie vacía, con Tawarga en algún punto al fondo de esta desolación desértica. Nos dicen los milicianos que es una estrategia de Gadafi para transportar armas, ocultas de manera que la OTAN no las localice. Yo miro el camión y a mí me parece que debe quedar muy poco espacio entre tanta vaca: un rumor más, imposible de confirmar, en medio de esta guerra. Pero entonces, ¿qué hace aquí tanta vaca?

Misrata, por su parte, no deja de ser una fiesta: al atardecer, grupos de milicianos gritan, cantan canciones en la calle, agitan banderas. En el ambiente hay mucho optimismo, la ciudad parece haber despertado de una pesadilla de 42 años y ahora todos los males se achacan a Gadafi: un hombre dice que ahora va a fumar mucho más porque Gadafi decía que fumar era malo. Es la reacción inevitable, una manera directa de disfrutar de la libertad, del desahogo, de esa novedad que consiste en hacer lo que te place.

Apunto en mi cabeza, de todos modos, que a lo mejor para la mitad de la población la vida de todos los días no ha cambiado tanto. Lo apunto y lo dejo apuntado, porque no creo que sea nada fácil hablar con las mujeres.