lunes, 13 de junio de 2011

Día veintiuno: volteando la mesa


El frente más cercano a Misrata es Ad Dafiniyah, a unos 25 kilómetros al oeste. Los cohetes Grad que disparan “del otro lado” pueden caer a unos cinco kilómetros más cerca, puesto que el objetivo no es la ciudad (por el momento) sino las posiciones de los soldados rebeldes. Eso hace una distancia de veinte kilómetros de los impactos.

Desde mi habitación en el hotel, desde cualquier parte de la ciudad, en realidad, se oyen y se sienten los impactos de los cohetes. Algunos días un poco más (parece ser que en estos temas influyen la dirección del viento y puede que la limpieza del aire y su nivel de humedad), algunos días un poco menos, pero si uno necesita un buen indicador de qué está pasando en el frente, sólo tiene que aguzar el oído.

Yo hoy quería ir al frente al menos un rato, el plan de todos los días. Pero no ha hecho falta aguzar mucho el oído para percibir la enorme cascada de proyectiles que las fuerzas leales a Gadafi han soltado hoy sobre Ad Dafiniyah. Ése ha sido el sonido constante durante el día, un martilleo que a veces hacía temblar ligeramente los cristales. Si de los ataques de anteayer se decía que habían caído trescientos misiles, hoy han debido caer más de dos mil. Y marcando el límite de lo que estoy dispuesto a arriesgar precisamente en los ataques masivos con misiles, me he quedado en Misrata.

Siempre hay un plus ultra en el catálogo del horror. Hoy en el hospital de Hikma he visto cuerpos sin cabeza, miembros despedazados, dos médicos sosteniendo el brazo de un hombre que apenas se sujetaba a su cuerpo (y que fue amputado poco después), cadáveres alineados en habitaciones a rebosar, hombres llorando como niños en el hombro de sus compañeros, un soldado con enormes huecos sangrantes donde deberían estar las rodillas, un abdomen abierto con la mirada en el vacío. Y así podría seguir, uno por uno, contando hasta más de treinta fallecidos y ciento cincuenta heridos, y ni uno sólo de ellos por impactos de bala. Y podría hacer un análisis detallado pero sólo añadiría cantidad, y harían falta muchas palabras para describir con veracidad el horror.

Me he encontrado en el hospital a Khalil, mi amigo de la posición dos, que ha perdido a dos de sus mejores amigos y de manera continua, sin apenas tiempo para pensar, ha partido a enterrarles. Me ha contado cómo ha pasado todo: los rebeldes hicieron una incursión temprano, como tantos otros días. Tomaron dos tanques y parece que mataron algún soldado enemigo. Luego se fueron retirando y es cuando comenzaron a recibir fuego enemigo, tanques mientras estuvieron a tiro y después misiles Grad. Muchos Grads, todo un día entero, miles de proyectiles que inmediatamente pusieron en marcha las ambulancias, desbordaron los hospitales, destrozaron no sólo la vida de los soldados muertos hoy sino también la esperanza y la moral de las tropas.

En la cadena de eventos le ha faltado el hecho de que ayer, por fin, la OTAN atacó el frente de Misrata. Qué irónico que el acontecimiento que todos esperaban con tanta ansia, haya pasado casi desapercibido. Es cierto que fue un ataque relativamente pequeño, apenas cinco golpes de avión (nada de helicópteros Apache de momento) sobre el frente que ha debido dejar algún que otro tanque y vehículo calcinado. Una especie de aviso al que Gadafi ha contestado de manera contundente.

Cómo cambian las cosas en tan sólo un par de días. Cuán fácil es sentirse preparado para la victoria, qué rápido es el engaño de pensar que el dictador está en las últimas, que basta un leve empujón para hacerle caer. Gadafi ha instaurado un reino del terror que probablemente es aún más estrecho en las partes del país que aún controla. No tendrá el cariño de los libios, no tendrá soldados dispuestos a defender su causa pero lo que sí tiene es una cantidad enorme de armamento y unos bolsillos enormes que le permiten gastar y gastar en munición. Y fronteras imposibles de controlar, porque no digo nada nuevo al afirmar que el comercio de armas es de los negocios más sucios e incontrolados del mundo. Con Sudán, Chad, Níger o Argelia como vecinos, con todo un desierto inmenso e imposible de controlar… ¿Quién impide al tirano mantener este mismo ritmo de martillo durante meses y años?

Porque repentinamente los cálculos podrían ser otros. En la última semana, entre fallecidos y heridos, los rebeldes han perdido quinientos hombres. Precisamente su mayor capital, su mejor baza.

Hoy la ciudad estaba cerrada a cal y canto, Misrata estaba en silencio excepto por los rumores constantes de la guerra, por las sirenas de las ambulancias y por el constante sonido de “Alla-hu Akbar”, Alá es el más grande, que provenía de las mezquitas.

Al final del día se me ha ocurrido, como corolario y sin estar descubriendo la rueda, que parece mentira hasta qué punto el mundo se divide en poderosos y pringados. Los muertos los ponen las familias normales, que esta noche y hasta el fin de sus días llorarán la muerte de un hermano, un hijo, un primo, un padre. Y sus muertes servirán de poco porque la guerra de Libia no se va a decidir (ahora ya está claro) ni en Ad Dafiniyah ni en los otros frentes sino en despachos a miles de kilómetros de aquí, y no será porque Gadafi tiranice a su pueblo sino porque alguien haya perdido cinco puntos en las encuestas de intención de voto y necesite mostrar un lado un poco más duro, o distraer a su opinión pública, y apretará unos botones o hará unas llamadas. Es irónico pero al mismo tiempo un reflejo de lo podrido que está el mundo, el hecho de que en el fondo será para bien, porque cualquier medida que termine con esta guerra y con cuarenta y dos años de tiranía en este país, me parece bienvenida. Hoy el final, sin embargo, parece un poco más lejos que ayer.