jueves, 16 de junio de 2011

Día veinticuatro: ir… volver… ir… volver…


Silencio en el frente. Ni un cohete se oye en Ad Dafiniyah, donde todo me lo encuentro cambiado. Fue ayer por la tarde, los rebeldes empujaron la línea del frente unos dos kilómetros hacia delante, y ahora los puestos están vacíos, nadie detrás de los enormes contendores que hace tan sólo unos días estaban reforzando. Hay colchones y mantas en los arcenes de la carretera, pero ni un alma, así que me voy hasta donde están los soldados, más allá de lo que nunca se han puesto. Y encima parece que tengo suerte, porque me dicen que en media hora piensan entrar en las posiciones de Gadafi, a un kilómetro y 650 metros más adelante. Me preparo, aunque tanta exactitud me hace desconfiar, qué le vamos a hacer. Se van los soldados que estuvieron por la noche y en cuanto lleguen los nuevos (que ya están de camino), allá que vamos a darles lo que se merecen.

Entonces oigo como un silbido muy cerca, mucho más leve que los cohetes Grad, y a unos treinta metros por encima de nosotros, algo hace “pof” y una nube de papeles lo cubre todo. ¿Confetti en una guerra? No exactamente: la OTAN por la presente le informa, estimado soldado de Gadafi, que está usted aún a tiempo de deponer las armas y su actitud, que no debe seguir disparando sobre civiles y que si usted llega a ver este helicóptero aquí dibujado sobre un tanque en llamas, ya será demasiado tarde.

Los rebeldes entran en júbilo y, aunque el panfleto en ningún sitio indica la inminencia de un ataque, todos lo asumen… Y no sólo cancelan su aventura sino que además deciden abandonar el territorio ganado ayer, que no sólo costó un gran esfuerzo sino también la vida de seis hombres.

Primera observación: ¿cómo es posible que la OTAN y los soldados rebeldes estén tan poco coordinados? ¿No sabe la OTAN que esto ahora –desde ayer por la tarde- es territorio rebelde? ¿Cómo estaban planeando avanzar más?

Segunda observación: ¿qué tipo de estrategia tienen las milicias rebeldes, que lo mismo avanzan cinco kilómetros que retroceden tres?

Tercera observación: si el ejército regular libio aún no se los ha llevado por delante es porque los unos son tan chapuceros como los otros – sin ir más lejos, hace tres días una columna de soldados de Gadafi fue detenida en el checkpoint de Kararim (junto a Tawarga) porque estaban avanzando de noche por la autopista (mira que será grande el desierto) y con las luces encendidas.

La retirada es rápida y no muy caótica, y el frente es ahora una fiesta: gritos de “Alla-hu Akbar”, música pop árabe saliendo de los coches, reparto de comida y zumo… Nadie piensa en el territorio perdido, todos han supuesto que por fin llega la ayuda.

El caso es que cuatro horas después no hay a la vista ningún helicóptero, ni fuego por parte de nadie. Los rebeldes han decidido mantener una mezquita dentro de la zona conquistada, con la ingenua creencia de que bueno, quién puede ser tan salvaje como para disparar sobre una mezquita. Los minaretes derribados por las fuerzas de Gadafi por todas partes de Misrata no deben ser evidencia suficiente.

Por la tarde me aburro soberanamente, charlando con los jóvenes, fumando nargileh, bebiendo un té tras otro. Han capturado un lanzacohetes de fabricación polaca y me preguntan (soy extranjero así que tengo que saberlo) cómo se utiliza.

Volvemos a subir a la colina donde ya estuvimos la semana pasada de reconocimiento, y si entonces me sorprendió que utilizasen este puesto avanzado para usar el teléfono móvil, hoy parece una romería. Seis o siete coches con tipos subidos sobre el techo, gritando algo así como “¿Me oyes? ¿Pero me oyes?”. Un soldado que tienen familia en la ciudad de Sabah, al sur de Libia (y lugar de origen de bastantes de los mercenarios del dictador), nos cuenta que acaba de recibir la noticia de que Sabah se ha levantado contra Gadafi y el ejército ha matado a 19 personas.

Me voy con un tipo al que llaman Basusi por detrás de la colina, a observar cómo están las cosas. Vamos agachados, con discreción. A nuestra derecha, hacia el este, el frente de Ad Dafiniyah está callado. Zlitan, sin embargo, arde. Zlitan es la siguiente ciudad camino de Trípoli, aislada de Misrata por diez kilómetros de territorio que los milicianos no pueden cruzar (la famosa línea roja de la OTAN), que se ha levantado contra el dictador y que esta tarde, sin asistencia, está sufriendo un embate terrible: se ven columnas de polvo donde los misiles impactan el suelo, se oye un tableteo constante de ametralladoras por todas partes.

No me lo quiero imaginar, y la verdad es que apenas me da tiempo a imaginar nada porque, un momento después de que nuestra discreción sea rota por un coche que aparca un poco por detrás de nosotros como si tal cosa, nos comienzan a disparar desde las posiciones gubernamentales más cercanas. Las balas, de ametralladora de 23mm, impactan la tierra unos metros por delante, nos tiramos al suelo, salimos corriendo en cuanto los disparos terminan y lo siguiente es un zafarrancho total: en estos momentos los soldados de Gadafi están preparándose para lanzar cohetes sobre la colina, me dicen, y lo cierto es que veinte minutos después (tiempo de sobra para ponernos a salvo), empiezan a caer un total de 23 misiles. Cuando volvemos a la posición de partida, uno de los soldados tiene que ir al baño. Y mi amigo Mohammed, el pobre, le ha cortado el teléfono a su novia de Trípoli justo cuando se han empezado a oír los tiros. Esta noche, me dice, volverá para tranquilizarla.

Hoy es uno de esos días en el que tantas cosas pasan sin que nada pase. Para mañana hay programado un ataque a las siete de la mañana, así que me preparo para madrugar y presentarme en el frente a esa hora, y acompañar a mis amigos de la posición cuatro. Que lo sepan ellos mismos y más aún que me lo digan a mí, me hace creer que simplemente no va a pasar, pero es que encima, el mundo está en otras cosas: en el centro de prensa de Misrata hay una reunión de coroneles de todos los frentes, la gran noticia es que la OTAN les ha dicho a los rebeldes que se retiren aún más, como dos kilómetros por detrás de sus propias líneas porque mañana es el día, el gran día: van a pasar por todo el frente machacando todo lo que se mueva desde el aire. Cual jinetes del Apocalipsis, aviones y helicópteros trazarán una línea de destrucción total.

Parece ser que los panfletos de la OTAN de por la mañana eran en realidad el argumento legal necesario para convencer a algunos miembros recalcitrantes de la alianza de la legitimidad del ataque: advirtieron de que no lanzasen cohetes sobre zonas civiles y precisamente la definición de “línea roja”, esa que los milicianos rebeldes no han podido cruzar todos estos días, es exactamente eso: la línea que divide lo militar de lo civil. Les advertimos primero (no disparéis sobre zonas civiles) y al no cumplirlo a lo largo del día nos han dado el mecanismo legal para actuar, ahora sí, de manera contundente.

Mañana veremos. Saldré de Misrata a las seis y media e iré hasta donde me dejen ir. A ver si se puede presenciar esto del ataque aunque, ¿por qué será que no me lo acabo de creer?