martes, 21 de junio de 2011

Día veintinueve: rey de reyes


“Yo sabía que Gadafi estaba loco, pero nunca nos imaginamos en Libia que haría lo que hizo. Incluso después de cuarenta y dos años, todos nos sorprendimos de que colocase las ametralladoras frente a su propio pueblo y disparase

En Libia no ha habido libertad. Uno tenía miedo de hablar con los demás, yo a veces tenía miedo incluso de hablar conmigo mismo. Si alguien te oía criticar a Gadafi, nunca sabías si la policía se iba a presentar en tu casa y tu familia nunca jamás volvía a saber de ti”.

¿Has visto alguna vez algo peor? Gadafi es mucho peor que Hitler. Porque Hitler mataba a los que no eran alemanes, pero a los suyos los respetaba

En realidad, Gadafi es el diablo. Se nota claramente en la manera que tiene de mirar de reojo. Cuando entraron en su casa, no me acuerdo si fue en Sirte o en Trípoli, encontraron dos cajas llenas de amuletos de magia negra. Y yo mismo una vez, cara a cara como te lo estoy contando a ti, hablé con una mujer que me dijo que Gadafi le había llamado a su palacio en Trípoli, y discutieron durante horas sobre magia. Y además, todas las veces que Gadafi convocaba las cumbres con presidentes africanos, era para hablar de magia negra, algo que los africanos practican mucho, como todo el mundo sabe

Mira aquél edificio: fue Gadafi quien lo destrozó; y allí, allí, los tanques de Gadafi tiraron sobre el barrio; esos coches a la derecha, todos quemados… Fue Gadafi

¿Ves esos dos burros? Son Gadafi y uno de sus hijos, jajaja

En realidad Gadafi no es libio, y además uno de sus abuelos era medio judío

Los soldados que capturamos no son capaces ni siquiera de hablar durante dos o tres días, Gadafi les da alguna droga muy fuerte para que tengan valor. Cuando por fin recuperan el sentido, lloran y se lamentan de haber combatido, y nos preguntan qué hacen aquí y tienen los bolsillos llenos de amuletos y objetos mágicos

Todos los días hablo con gente variada, y hay un protocolo inicial de preguntas, heredado sin duda de la tradición árabe de alargar las presentaciones, que viene a ser: primero, de qué país soy; segundo, si mi equipo es el Madrid o el Barça; tercero, si trabajo para Al Jazeera; cuarto, qué pienso de Misrata. Establecidas así mis referencias, lo que viene a continuación es siempre lo mismo: echar pestes del dictador. La condena es unánime e irracional, y está basada por igual en hechos reales que imaginarios, y así, poco a poco, testimonio a testimonio, se va respondiendo a la pregunta de quién es en realidad Gadafi. No el dictador, el hombre de carne y hueso con una biografía sino la idea de Gadafi, el personaje, que en el fondo es más relevante que los datos.

En Misrata hay que hacer colas de horas para conseguir pan por las mañanas. Lo curioso es que no escasea la harina igual que no escasea ningún producto básico. El problema es que los panaderos eran egipcios que volvieron a su país en cuanto la guerra se desató sobre la ciudad, y los libios no saben hacer pan, nunca lo han hecho. Ni han limpiado las calles ni han hecho ningún otro trabajo medianamente físico o ingrato, para eso estaban los inmigrantes. Libia era el país más desarrollado de África. La bonanza económica puede explicar (al menos en parte) que el pueblo no se haya levantado durante cuarenta y dos largos años pese a la dureza de la represión. Un tipo se lamenta amargamente de lo mal que están las carreteras mientras conduce un BMW con aire acondicionado por uno de los pasos elevados de la autopista. El centro de fisioterapia de Misrata está mejor equipado (en aparatos, en profesionales, en mármoles) que la mayoría en Europa.

El levantamiento en Libia fue el reflejo de un ansia generalizada de libertad. Pero a Gadafi, lo que la gente de Misrata realmente no le perdona ni le perdonará jamás, es que durante los primeros días de la revuelta, volviese al ejército contra el pueblo y sus soldados mercenarios abriesen fuego a las muchedumbres desarmadas. Ésa fue la línea roja, después ya no hubo marcha atrás y toda la rabia de décadas de dictadura se amplificó con la sangre de esos primeros muertos. Y no es que él haya pensado en abandonar el país en ningún momento, pero cuando las revueltas comenzaron en Bengasi, la posibilidad aún existía de conseguirle un exilio dorado como al tunecino Ben Alí.

El caso es que lo que fue una idea aproximada de libertad se ha catalizado en un odio visceral hacia el monstruo, y el deseo de ser libre se mezcla con el deseo de eliminar al tirano y se convierten ambos en uno, y parece que bastará con matar a Gadafi para que Libia sea automáticamente un país perfecto, próspero, libre, orgulloso de sí mismo.

A mí, qué le vamos a hacer, todo esto me recuerda al vídeo de la carretilla. Corre por le frente, de teléfono móvil en teléfono móvil, un vídeo en el que se ve a Gadafi en una habitación pequeña y cerrada, con sus habituales gafas de sol y su túnica de rey de reyes, lanzando improperios y amenazas mientras levanta el puño. De repente hay dos tipos que se acercan para jalearle y besarle, por alguna razón en ropa interior. Entonces la cámara se gira siguiendo al gran líder y aparece una carretilla de obra normal y corriente, guiada por un tercer esbirro. Gadafi deambula un poco por la habitación y finalmente se tumba en la carretilla como si de un palanquín real se tratase, y con una pose que por pretender ser digna es absolutamente patética, abandona la habitación con su comitiva detrás.